Los monjes budistas aprovecharon el día de sol en la altiplanicie para
echar a volar sus cometas. Jugaron a enlazar y desenlazar aire, papel,
madera y seda en un laberinto de corrientes de aire que eran
aprovechadas por los dragones. Cuando cayó al suelo la última cometa
(con el último dragón), la suerte del ritual de fertilidad estaba echada
y los campos, un año más, volverían a germinar.
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