sábado, 19 de mayo de 2018







Los músicos en la caverna

Un pobre hombre es la medida de todas las cosas. Cuánta humildad intelectual hubieran tenido los jónicos...

¿Qué evolución hubiera tenido el pensamiento occidental partiendo desde esta premisa? ¿Se hubieran evitado ensoberbecimientos difíciles de contener?

Chi lo sa...

El caso es que la frase me ha venido a la mente a la hora de plasmar en este formato lector una grata experiencia cultural que tuve hace unos días.

Curiosamente, o no, youtube me propuso de repente dos o tres conciertos a cargo de Arthur Rubinstein y alguno de ellos grabado en imagen y sonido.

Me referiré a una grabación de 1975 con la London Symphony Orchestra, y André Prévin. Seguramente esté remasterizada, pues la calidad de la imagen es realmente buena.

En primer lugar, la orquesta está compuesta exclusivamente por hombres. Ninguna mujer a la vista.

Los rostros de los profesores de la orquesta son estólidos, abotargados, contumaces en el aburrimiento.

Se palpa en el ambiente la noción de jerarquía social. Los profesores son los obreros del asunto, sometidos a la férula tanto del director como del solista de piano.

En ningún momento se esboza ningún gesto que haga olvidar el abismo social que separa a ambos mundos. Las miradas son aborregadas y temerosas de incurrir en la ira de los Señores.

No hay por tanto ningún atisbo de unidad orquestal para defenderse del poder que emana de las alturas, ninguna mirada cómplice entre dos profesores.

Además, está anulada la sexualidad de todos los miembros. Supongo que en primer lugar porque no hay ninguna mujer. Se trasluce lo que expreso en el movimiento de la cámara.

En ningún momento se ve nada más que bustos ejecutantes, ninguna extremidad inferior ni entrepierna pillada al desgaire.

La cámara no se detiene en los ejecutantes, hoy en día es habitual que las grabaciones de imagen pasen sucesivamente por casi todos los profesores, deteniéndose especialmente en los y las más bellos o apuestos.

Aquí, la cámara se detiene un par de veces en rostros de los que emana una especial dignidad, si se puede expresar así. Se relacionará esto con la idea ominosa de jerarquía social que planea sobre todo el conjunto.

El director emplea una gesticulación propia de jefe de filas, de capataz de alguna pirámide egipcia en construcción. Sólo le falta apalear, visualmente, a alguno de los profesores.

Un pobre hombre...

Esa orquesta sinfónica está compuesta exclusivamente por pobres hombres, en una expresión dialéctica relacionada con la otra díada director-solista.

La sexualización de las sociedades occidentales, por la que tanto se ha avanzado en los últimos 40 o 50 años, ha hecho irrumpir en el escenario un criterio de igualación y laminación de las barreras sociales.

Hoy día una orquesta, sus componentes, planta cara al solista, se sonríe fugazmente en algún momento de la ejecución del maestro y mira a algunos de sus colegas para mejorar la ejecución del conjunto.

Ha aflorado la belleza de sus miembros y se ha redirigido la mirada desde el interior hacia el exterior de las cosas.

No se trata tanto de que las apariencias hayan ganado la partida, cuanto de que forma y función, que hasta hace unos cuarenta años estaban escindidas, se han conjuntado.

Así, no hay compartimentos estancos en la producción social actual, cada vez lo son menos, en cualquier caso.

La orquesta sinfónica de 1975 estaba espesamente intelectualizada, de una forma especialmente mórbida y poco funcional.

Se arrastraban rémoras que provenían del romanticismo y aun de más allá.

La cámara, así, tiene un par de momentos, de flou y evanescencia, con el brillo de los metales. Es un recordatorio de que la mirada del espectador, tiene que ser fundamentalmente interna, de introspección.

Pero eso se conseguía, supuestamente, mediante el rechazo y apartamiento a otro compartimento, secreto, de la sexualidad ambiental.

Porque la sexualidad evidentemente aleteaba, pero se la había introducido, forzadamente, en un congelador, situado entre bambalinas.

Hemos pasado por lo menos mil quinientos años en que el hombre que era la medida de todas las cosas, era en realidad un pobre hombre.

Alegrémonos del retorno sin soberbia de los hombres y mujeres completos y a la luz pública.

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