Los
músicos en la caverna
Un
pobre hombre es la medida de todas las cosas. Cuánta humildad
intelectual hubieran tenido los jónicos...
¿Qué
evolución hubiera tenido el pensamiento occidental partiendo desde
esta premisa? ¿Se hubieran evitado ensoberbecimientos difíciles de
contener?
Chi
lo sa...
El
caso es que la frase me ha venido a la mente a la hora de plasmar en
este formato lector una grata experiencia cultural que tuve hace unos
días.
Curiosamente,
o no, youtube me propuso de repente dos o tres conciertos a cargo de
Arthur Rubinstein y alguno de ellos grabado en imagen y sonido.
Me
referiré a una grabación de 1975 con la London Symphony Orchestra,
y André Prévin. Seguramente esté remasterizada, pues la calidad de
la imagen es realmente buena.
En
primer lugar, la orquesta está compuesta exclusivamente por hombres.
Ninguna mujer a la vista.
Los
rostros de los profesores de la orquesta son estólidos, abotargados,
contumaces en el aburrimiento.
Se
palpa en el ambiente la noción de jerarquía social. Los profesores
son los obreros del asunto, sometidos a la férula tanto del director
como del solista de piano.
En
ningún momento se esboza ningún gesto que haga olvidar el abismo
social que separa a ambos mundos. Las miradas son aborregadas y
temerosas de incurrir en la ira de los Señores.
No
hay por tanto ningún atisbo de unidad orquestal para defenderse del
poder que emana de las alturas, ninguna mirada cómplice entre dos
profesores.
Además,
está anulada la sexualidad de todos los miembros. Supongo que en
primer lugar porque no hay ninguna mujer. Se trasluce lo que expreso
en el movimiento de la cámara.
En
ningún momento se ve nada más que bustos ejecutantes, ninguna
extremidad inferior ni entrepierna pillada al desgaire.
La
cámara no se detiene en los ejecutantes, hoy en día es habitual que
las grabaciones de imagen pasen sucesivamente por casi todos los
profesores, deteniéndose especialmente en los y las más bellos o
apuestos.
Aquí,
la cámara se detiene un par de veces en rostros de los que emana una
especial dignidad, si se puede expresar así. Se relacionará esto
con la idea ominosa de jerarquía social que planea sobre todo el
conjunto.
El
director emplea una gesticulación propia de jefe de filas, de
capataz de alguna pirámide egipcia en construcción. Sólo le falta
apalear, visualmente, a alguno de los profesores.
Un
pobre hombre...
Esa
orquesta sinfónica está compuesta exclusivamente por pobres
hombres, en una expresión dialéctica relacionada con la otra díada
director-solista.
La
sexualización de las sociedades occidentales, por la que tanto se ha
avanzado en los últimos 40 o 50 años, ha hecho irrumpir en el
escenario un criterio de igualación y laminación de las barreras
sociales.
Hoy
día una orquesta, sus componentes, planta cara al solista, se sonríe
fugazmente en algún momento de la ejecución del maestro y mira a
algunos de sus colegas para mejorar la ejecución del conjunto.
Ha
aflorado la belleza de sus miembros y se ha redirigido la mirada
desde el interior hacia el exterior de las cosas.
No
se trata tanto de que las apariencias hayan ganado la partida, cuanto
de que forma y función, que hasta hace unos cuarenta años estaban
escindidas, se han conjuntado.
Así,
no hay compartimentos estancos en la producción social actual, cada
vez lo son menos, en cualquier caso.
La
orquesta sinfónica de 1975 estaba espesamente intelectualizada, de
una forma especialmente mórbida y poco funcional.
Se
arrastraban rémoras que provenían del romanticismo y aun de más
allá.
La
cámara, así, tiene un par de momentos, de flou y evanescencia, con
el brillo de los metales. Es un recordatorio de que la mirada del
espectador, tiene que ser fundamentalmente interna, de introspección.
Pero
eso se conseguía, supuestamente, mediante el rechazo y apartamiento
a otro compartimento, secreto, de la sexualidad ambiental.
Porque
la sexualidad evidentemente aleteaba, pero se la había introducido,
forzadamente, en un congelador, situado entre bambalinas.
Hemos
pasado por lo menos mil quinientos años en que el hombre que era la
medida de todas las cosas, era en realidad un pobre hombre.
Alegrémonos
del retorno sin soberbia de los hombres y mujeres completos y a la
luz pública.
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