Cuanto más breve pueda hacerse la semblanza de una persona (hasta la banalidad, si es preciso degustarla), mayor fidelidad tendrá su epitafio (que puede trazarse al final de cada día). Y en el corazón de los vivos, incluido él mismo mientras lo sea, quedará como un ser importante y foco de atención. Pues la buena conjugación entre semblanza y epitafio garantiza la menor difuminación posible de una vida, lanzada como saeta, certera y no desviada, hacia la diana nuestra de cada día.
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