sábado, 3 de noviembre de 2018

Recorriendo los solitarios pasillos de un hospital, de noche, tras salir de tu habitación en una expedición en busca de una lejana máquina expendedora de tu golosina favorita en aquel momento, sientes que comprendes el mundo y su funcionamiento. 
Es volver a la infancia exploradora pero con muchas características del estado adulto incorporadas. El mundo se cierra sobre sí mismo, acogiéndote cálido, y al tiempo sientes la responsabilidad derivada del hecho de que has sufrido un grave percance y te encuentras asumiéndolo y superándolo.
Sí, mi estancia en el hospital fue una doble llamada de atención, hacia el niño que todavía llevo dentro y hacia el futuro circunstancialmente despejado de incertidumbres.
(Cuando salí y terminó esa experiencia estuve mucho tiempo vagando en derredor de mi mismo, desorientado y sin música interior. Comprendía que aquello no hubiera podido durar mucho más, pero me hacía darme cuenta del extraño mundo que había ahí fuera).

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