sábado, 9 de noviembre de 2019

Hoy toca hablar de los abuelos, concretamente de los March, mi cuarto apellido. 
Se cuenta en la familia que el tatarabuelo Mariano desapareció en las selvas de México, supuestamente devorado por alguna fiera. Otros, menos pudorosos hablan de su prudente exilio tras un adulterio escandaloso. 
A otro antepasado, también llamado Mariano March, según consta en documento que obra en casa de mis padres, le concedió el ejército invasor napoleónico un salvoconducto para él, "fabricante de tejidos", "sus empleados y obreros", a fin de que pudieran cruzar los puestos de guardia en horas tempranas de la mañana. No consta la utilización del salvoconducto para otros fines.
El más cachazudo de mis antepasados March es seguramente un aventurero que en la Colombia del siglo XIX decía ser hijo de Luis XVII de Francia, el hijo muerto en extrañas circunstancias de Luis XVI, y lo curioso es que convenció a la alta sociedad de Bogotá de la época. Con lo que hay un rastro de Borbones colombianos desde entonces para acá.
Finalmente otra historia un poco delirante que afirma que nuestra familia es la propietaria legítima de la montaña de Montjuich en Barcelona.
Aquí mi abuela que era la encargada de contar las historias de su estirpe a sus poco prolíficos nietos, hacía una considerable pausa para merendar - siempre caía la historia a la hora de la merienda -, con lo que aprovechaba para evitar contar nada más de tan farragosa historieta. Y con tal buen fin, yo me adueño de la memoria - y de las mañas - de mi abuela, yéndome a merendar ipso facto.

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