viernes, 5 de junio de 2020

Las antípodas de Madrid están en una de las islas mayores de Nueva Zelanda. Así mi calva generalmente señala al cielo opuesto al de ese archipiélago. Pero no le pediré prestado su telescopio a Galileo, ni a ningún otro, para observar ninguna de sus constelaciones pues el cielo estrellado de Madrid es, habitualmente, un enigma insondable por inaccesible debido a la contaminación lumínica de la ciudad. Con lo que ningún hipotético habitante de Nueva Zelanda podría añorar ese pedacito de cielo tan bien definido por su nadir. Siente a un pobre (¿de espíritu?) de Nueva Zelanda a su mesa.

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