domingo, 24 de octubre de 2021

Creo, pero no estoy seguro, que fueron los novelistas franceses de principios del XIX los primeros en presentar a sus personajes como, "la Duchesse de S." o "Monsieur de Z.". Así, como si los dados para todas las jugadas estuvieran marcados con lo que todas las variaciones posibles - cualquier nombre - fueran fallos o trampas. Esto es sintomático de que el hombre había ocupado la plaza de Dios para efectuar las tiradas (de los dados). Y claro, el hombre, por definición, es falible (a diferencia de Dios). En la ficción anterior a esta época, Dios obra libremente, y da a cada uno lo suyo. A partir de 1800 el desequilibrio simbólico que acarrea la injusticia se adueña de los personajes, que no son sino personas sordas (per-sonare, "para sonar", persona), con lo que, en una forma de justicia inmanente, las personas de carne y hueso, para intentar reequilibrar la balanza y poder vivir a trancas y barrancas, empiezan a vivir con algo roto en su interior. (Este último argumento no es más que una ficción dentro de la ficción, algo que no deja de ser representativo de la forma de vida de los humanos de los dos últimos siglos).

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