sábado, 4 de junio de 2022

Ayer fue san Ovidio. El Ovidio clásico fue recreado en sus últimos días por Vintila Horia en una novela, "Dieu est né en exil" (Dios ha nacido en el exilio). Allí, en una colonia romana en las costas del mar Negro, rodeada de bárbaros escitas un poco por todas partes, el vate latino se consumía a la espera de un cambio de fortuna propiciado por algún engranaje mental que desatascase su perdón en la mente del emperador Augusto. Como es sabido, Ovidio murió en el exilio. San Ovidio podría haber perseguido ondinas en algún arroyo en su juventud pagana. Leer a Ovidio, el poeta, y rumiar sus propios versos amorosos y guerreros. Y luego, convertirse y aventar las cenizas de sus antiguos libros heréticos. Así, Ovidio, el grande, habría muerto por lo menos dos veces, lo que, mágicamente, implica la cancelación de su deceso y una vida perenne. Seguramente fue como digo pues efectivamente el vate es, desde luego, inmortal. Y no gracias a la ingesta de garum, esa apestosa pasta romana de pescado. Pues, y no me preguntéis por qué, Ovidio está más próximo a las lluvias de abril que vivifican los torrentes que a cualquier pescado de abril ("les poissons d´avril") o de cualquier otro mes que pululase por las costas del mar Negro. Y así, cierro el santoral, pequeño gran Libro de Petete sacro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario