jueves, 27 de junio de 2024

Ya hace sus buenos 2.500 años que conocemos las paradojas sobre el movimiento de Zenón de Elea. La tortuga y la liebre que nunca la alcanza, teóricamente, en veloz carrera. O la flecha que, teóricamente, nunca llega a tocar la diana. A mi modo de ver son casos particulares de algo más general, a saber, que la comunicación humana mediante el lenguaje es siempre imperfecta. Los animales no humanos y la divinidad, en cambio, conocen la comunicación completa, perfecta. He vuelto muchas veces sobre esta cuestión. Es una característica del lenguaje verbal humano que hace, por ejemplo, que nunca podamos concluir, que siempre podamos decir algo más. Y esa divergencia entre la acción humana y el lenguaje verbal que, supuestamente, la subtiende y le da sentido, ese "gap" nunca cerrado, es lo que nos da tiempo, psicológico y conceptual, para reconstruir una y mil veces, indefinidamente, la realidad. La flecha que nunca da en la diana inicia un viaje hacia lo infinitamente pequeño, rebotada de no poder rozar el infinito que se abre a la teoría, a su explicación por medio del lenguaje verbal y que es un límite inalcanzable para este. Somos inteligentes porque podemos ser imperfectos, lo que está vedado al resto de los animales y a la divinidad.

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