domingo, 13 de octubre de 2024

La vida es una representación porque nada de lo que nos acontece es real para nosotros. En efecto, somos animales simbólicos y vivimos siempre con lo que no está donde estamos. Más allá, o más acá, es el símbolo, pero no aquí y ahora. Así, actuamos para nosotros mismos y para los demás. Porque el yo tampoco es real, es una representación (ante sí mismo). Luego, no queda nada, solo movimiento (entre bambalinas). Solo yo, que soy una planta (más bien reseca) tengo el privilegio de no moverme. (Esta es una pequeña licencia, permitídmelo, por ser el narrador de ese pequeño relato). Entre paréntesis, siendo la vida representación podemos aprender, tener experiencia, porque hay alguien que nos enseña, que nos narra. Ese alguien, bien entendido, podemos ser nosotros mismos. Si la vida fuese inmediatamente lo que nos acontece no tendríamos distancia para poder hacer el pequeño decalaje que es lo que permite que la leamos como un libro (y aprendamos). Y si nada es real, somos libres, de alguna manera. No estamos atados a ninguna necesidad que nos oprima. Naturalmente, siempre somos lo suficientemente hábiles como para enredarnos nosotros solos en nuestras propias cuerdas que deberían servir solo para subir y bajar parte del decorado. Ya solo queda que alguien diga "colorín, colorado..." pero, por suerte, casi todos los días se le pegan las sábanas.

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