jueves, 3 de octubre de 2024
Yo sigo viajando todas las tardes, por acotar un poco la expresión, a través de esos mundos siderales que están en este. Si aspiramos a ser, tenemos que aprender a narrar adecuadamente. Sí, el ser humano es un ente que narra - y que es narrado - en forma impenitente. Y por cumplir con este aserto pues me monto mis películas que suelen ser variaciones sobre un tema más bien rococó. No creo hacer ningún mal a nadie, empezando por mi mismo, si muevo mi universo doméstico un poco más allá de sus goznes cada día (al menos lo intento). La narración tiene la ventaja de moverse, a diferencia de lo que se entiende por lo que es (el ser). Y si se mueve, confiesa que vive. Eso no es poco pues el ser por antonomasia, el de Parménides, está más muerto que vivo. Creo que ese ha sido históricamente el punto más conflictivo de la ontología (la teoría de lo que es) o sea como cohonestar la inmovilidad del ser con la viveza de la vida. Dejando de pensar el ser, por un momento, nos evitamos muchos problemas filosóficos aparentemente insolubles. Y como la alternativa al ser es lo que deviene, su trasunto al alcance de la mente humana es la narración. Narra y deja que (te) narren. Es mi consejo de esta tarde y por si acaso echaré más madera indicando que la costumbre, la repetición de un tropo en términos narrativos, es el muelle colchón en que puede reposar una vida cualquiera lanzada a la carrera de la vida, sin ir más lejos la mía.
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