Volvió, perdió su cinta y ató un cabo de su coleta a la reencontrada
rasta de la memoria infantil. Su muñeca le acompañaba (en espíritu) pero
le costó mucho atar cabos y descubrirse niña, sólo una niña que perdió
su cinta verde allá en su juventud, amada por un laudista aficionado. En
su sempiterno peregrinar a la infancia ya no recordaba casi nada de su
amado (o era un cazador?), pero la música le taladraba el cráneo, una
música de imborrable belleza y ofrecida en banquete de alguna boda que
celebrarse pudo...
"La bella molinera" de Schubert, sonaba y sonaba en un despacho del paraíso.
(El secretario personal de Allende así deliraba bajo los efectos de la tortura, algún día tardío de septiembre de 1973.)
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