sábado, 8 de abril de 2023

Estos días, esta semana, suelo escuchar en tres tandas la "Pasión según san Mateo", de Bach. Es una versión antigua, de sonido sucio, canónica. Por la mañana, en la llamada habitual a mi madre, a 600 km de distancia, me recomendó comprar chocolate hoy, "por la mona de Pascua", "pero, mamá, eso es el lunes de Pascua"... Qué queréis, la Semana Santa se convierte en un patchwork de días y celebraciones, en las que, si hoy es martes, esto es el Papa y tiro porque me toca... Yo vuelvo a mis pivotes emocionales y atávicos, esto es, Bach, y que no me toquen al cantor de Leipzig. La verdad es que siento de alguna manera que el Viernes Santo es el punto de inflexión, que abre y cierra muchas puertas espirituales. Como el catolicismo es ante todo representación, yo siento y sufro ese día aunque sea porque mi Mac viejito va lento y se atasca (a ratos, mucho) más de lo habitual. Con los años, todo se va racionalizando y podando, intelectual y afectivamente, y un día puede reverberar y proyectarse en el tiempo saltando de sentido en sentido y de señal en señal. Así, para los cristianos, la Semana Santa, al introyectar la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, es el tiempo de la renovación espiritual anual. La religión, junto con el patriotismo y la familia, son valores seguros; otro es el fútbol, aunque ese sea más casquivano. Cierta izquierda afterpunk reniega de ellos, dejando a mucha gente solo con el ego entre las manos (en su mejor faceta, la autorealización) con la consiguiente insatisfacción vital (pues el ego suele consumir más energía de la que genera). Toda esa legión de gente que no está contenta con sus vidas ha comprado entradas para un espectáculo que no le está gustando. Cuando se den cuenta volverán los cómicos de toda la vida y muchas brechas se irán restañando.

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