viernes, 25 de julio de 2025

Son las 9 de la mañana de un día de vacaciones (de verano). Hay suspensión vital, sí, como podría haber calima en el exterior del apartamento. Ya sabéis, esa sensación extática y muy placentera de que el decurso habitual de las cosas se ha detenido (por unos instantes). La mañana es fresca, cosa rara en la canícula, llevamos varios días así lo que es muy de agradecer. Hay un silencio ambiental bordoneado por bajos continuos acolchados. No en vano vivo en el centro de una bulliciosa ciudad. Pero ahora, ya digo, por un instante, todo está en paz. Hay que aprovechar que la vida da estos momentos para comprobar que todavía puedo acompasar mi cuerpo a una onda tranquila, suave, bien ritmada que, sin aspavientos muestra que la vida (y la nave) va. Tengo que darme a mi mismo estos toques puntuales pues mi edad me lleva insensiblemente a morir, que no a descansar. A veces creo que la muerte viene y va, entrelazada con la vida, y que muero muchas veces y cada vez más a medida que me voy haciendo viejo. Y cada muerte abre un boquete en la vida por el que se escapa algo que me importa. La muerte da mordiscos hasta el final. Ahora noto que ya va levantando otra vez las orejas la vida, sí, elevando el tono de alerta hasta casi niveles normales. Ya son casi las 9.30.

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