Los
silencios de la vida
¿Qué
silencio vamos a abarcar? ¿Cuánta monotonía podremos soportar? La
unidad de la mente viene dada por sus silencios, sí, por la forma
que tiene de guardar silencio a trechos.
A
modo de pegamento que une los trozos dispersos y lanzados en todas
direcciones, el silencio mental, en una suerte de definición
negativa, recompone y da forma a la unidad de la mente.
Es
una linde sin nombre que recorre todos los pensamientos, los más
variados y procelosos. A modo de banda de gutapercha que une los
distintos trozos en formas y figuras unitarias.
Por
eso es tan difícil de conseguir. Hacer silencio en la mente requiere
de muchos trabajos y penas. Pero no es tan difícil lograr
microsilencios, hiatos, que son los que en forma microscópica, unen
y suturan los pensamientos.
¿Lo
que no es pensado, puede ser dicho? Es muy posible que no. Así,
tenemos la impresión de que nuestro pensamiento fluye, de forma más
o menos continua. Pero si no hubiera contraste entre dos
pensamientos, ¿cómo los distinguiríamos? ¿Cómo podríamos hablar
de pensamiento, pensamientos, sin hiatos entre ellos?
La
función primordial de la palabra es vaciar, vaciar la materia que la
recubre y dejar espacio para el silencio. Decir es no decir, en
cualquier sentido. Decir es definir todo lo que no se dice.
La
figura en la alfombra se produce por contraste con los huecos en su
gestalt. Su binomio forma-no forma es lo que la define. El sentido
viene por ahí, directamente. No hay sentido que no acarree su
sinsentido correspondiente, y complementario.
Recorrer
los caminos de la vida nos lleva a hacerlo con mucho cuidado de no
pisar sus huecos, para no torcernos el tobillo del sentido. Los vivos
no tienen sentido sin sus muertos y así ha sido siempre.
El
espacio es libre, es libertad. El espacio entendido como vacío de
alguna manera. La sutura es indispensable, ya lo hemos visto. Y el
recorrido por la linde que lo diseña es el camino de la vida.
Y
de la mente. Indistintamente. Porque toda vida es mental en algún
grado. Y la materia viva es materia mental, tan liviana como sus
silencios, sus hiatos y sus contrastes. La vida no sería si no se
pudiera pensar.
Y
así, ¿el silencio es también pensamiento, palabra, vida?
Indudablemente. Es el correlato de todos estos significantes. Porque
la corriente del silencio atraviesa todo lo viviente.
Y
cada silencio es diferente. No hay indiferenciación de los
silencios. El silencio contextualiza y vive por sus contextos. Así,
cada silencio corresponde exactamente a un nodo mental o vital
determinado.
Lo
que ocurre es que no debemos diferenciar los silencios. Porque si lo
hiciéramos, si lo intentáramos conscientemente, volveríamos al
inicio de la rueda y tendríamos de nuevo que vernos con
pensamientos, palabras y vida.
El
juego de manos del silencio es ser lo que no es, de alguna manera. El
silencio, tiene que ser silencioso para poder seguir siendo. Si
hablara, moriría en el acto y nosotros pereceríamos con él.
La
misión del silencio es jugar con la palabra, con el pensamiento, con
la vida. Jugar, hacerles jugar, obligarles a jugar si fuera
necesario. Porque de por sí, son tan serios todos ellos...
La
verdadera faz del silencio es la del niño, del cachorro. Cuando está
embebido en su juego primordial y no emite un ruido, probando con la
pata el movimiento de la araña que se esconde.
El
niño es la versión de bolsillo de nuestros silencios adultos. Pero
no sólo eso sino que incorpora en su identidad infantil todas las
virtualidades de nuestros adultos silencios. Sólo que es demasiado
silencioso...
Sus
gritos y rebuznos son una mera cortina de humo para ocultar su
verdadero ser silente. El niño juega. Esa es toda su seriedad. Y
nada le apartará de su camino. Tiene toda la voluntad del mundo y
juega con ella.
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Se
lee en silencio. Bueno, no al principio. Hasta la Edad Media no se
leyó en silencio. Porque es demasiado peligroso para el hombre
embeberse de sí mismo. Ensimismarse es palabra fuerte.
Recorremos
toda la disyuntiva de los silencios en la lectura. Hay pausas,
momentos insensibles o por el contrario, muy sensibilizados, hiatos.
El silencio ilustrado es la culminación del silencio de la mente.
Sólo
en el sentido de trampa evolutiva, muchas veces. Porque ya nada puede
romper ese coriáceo panteón de los silencios vivos que es un lector
de libros. Hasta aquí hemos llegado, al fin del mundo conocido...
Aseguran
algunos que el silencio es muerte. Es posible. La muerte es la
contraparte de nuestras vidas, nuestra compañera ideal, y nuestro
fin. Si los silencios fueran pequeñas muertes, cada uno de ellos
comportaría una pequeña resurrección.
A
no ser que negáramos la unidad del ser, la identidad. Y que
estuviéramos formados de innúmeras entidades reunidas y abrochadas
por los silencios correspondientes. Como bien pudiera ser.
Si
así fuera, si la vida fuera una miríada de polvillos de vida
dispersos por todas partes, no temeríamos a la muerte, pues cada
muerte sería sustituida inmediatamente por una vida nueva en
nuestras vidas macroscópicas.
Seríamos
un tegumento de inmortalidades, bien dispuestas al sol que más
calienta de la vida nuestra de cada día.
La
percepción que tenemos de los silencios vitales es variada como no
podía ser menos dada la variedad de experiencias y de vidas que nos
componen y con las que estamos en contacto, permanentemente.
La
situación se presenta, como un campo de batalla, con apariencia
caótica y desorganizada, pero si nos fijamos con atención
percibiremos unos hilos conductores y organizadores de todo el
movimiento.
Es
la vida que se renueva constantemente y que nos deja sin más, sin
palabras y exhaustos.
Profunda disección del silencio la que nos ofrece el escritor José Zurriaga. Sin dudarlo, me quedo con el primigenio silencio de la infancia, tan puro y misterioso a partes iguales.
ResponderEliminarOtro profundo análisis de nuestro querido autor para terminar el año. Que el 2018 sea al menos igual de creativo.
¡Felicidades!