domingo, 4 de febrero de 2018








Decidme sin miedo qué digo.

El invierno avanza, sin prisa, acarreando todos sus fondos de armario y dando coletazos de cuando en cuando. Hoy, por ejemplo, nieva. Según la AEMET este invierno iba a ser mucho más cálido de lo habitual.

No lo recuerdo por meter el dedo en el ojo, sino por no dar tortas sin pan (o como se diga).

En fin, tenemos invierno, y aposentándose con mayor o menor gracia según el gusto del consumidor, llevamos ya más de dos meses de tiempo relativamente frío.

Al menos en mi particular microclima del centro del Centro de la ciudad, villa y recorte de Madrid.

Desde mi cuasi kilómetro cero de las desbandadas y correprisas de la estación que nos ocupa, sigo incardinado, que no amedrentado, en las nuevas, buenas y malas, que por los medios habituales se van sucediendo.

Llegamos a atisbar los últimos bastiones -esperémoslo- del duro invierno y ya se olisquea la primavera que a nada llegará.

Sabemos de muchos años idos y recogidos en algunas memorias, que no en la mía, o sólo muy parcialmente. Serán llevados en andas y parihuelas desde una colindante estación a otra.

Llegar a ver la verdadera vida del español aburrido medio es, muchas veces, como asomarse a las ventanas de estos inviernos un sí es, no es, que arrastramos desde hace bastantes años.

Porque, ¿qué es sino tedio escarchado y vuelto a re-congelar, el medio vital y vitalicio del tal españolito? (Descongelándose pero siempre antes de...vuelta a empezar).

Recurramos al sínodo de amas de casa que siempre tenemos a mano y avancemos que la vida es, muchas veces, un sinvivir. (Y no le des más vueltas).

A la hora del té llega, sin remedio, el tedio. Y con el tedioso sinsorgo o sinsorga de turno acabamos de nuevo la velada.

Yo no. (Aclaro como quien no quiere la cosa).

Pero vosotros, sí. Más de uno y de una, en todo caso.

Y para ese o esa unitarista celebrante de alguna Iglesia que en la vida fuese, es para quienes escribo esto.

Que no sé aún a cuento de qué va estabulándose por los rebaños de mi quehacer cotidiano de estas horas, pero que ir, va.

A la misma hora, sin embargo, desembarcaba en las orillas del mar de la felicidad un barco cargado de...ilusiones, y desilusiones también (en la sentina).

Porque es ley de vida que a todo tedio le corresponde su san martín, digo, su correspondiente complemento vital.

Sí, amigos y amigas, es la hora de desvelar que la vida es siempre una dupla, una duplicidad y un duplicado.

La dupla es sencillamente, tedio y felicidad, por ejemplo. La duplicidad es encontrarse arrellanado en una butaca y creer que se está aposentado en otra (la del tedio y la de la felicidad, respectivamente). Y el duplicado es de la llave que nos permite abrir estas intenciones de volver a vivir, siempre.

Porque vivir, se vive siempre, a riesgo de caer muerto en este instante. Sabedores de tanta sapiencia, consultan las tablas de mareas antes de levar anclas.

En el mar de la Sensibilidad.

La música es una de las claves de tal sensibilidad. Y de marca mayor es su impronta en las meninges avisadas.

Para que no se corte el flujo de avispados pensamientos que acompañan a nuestro devenir en este mar.

Las sensaciones y sentimientos y pentimentos y artimañas del reenganche en uno mismo son agotadoras y fervorosamente complacientes con el avatar de cada quisque.

Amemos y seamos amados.

Como siempre, se dice poco de lo que hay que decir. Y eso basta y nihil obstat.

Los andurriales de este establo están secos y yermos desde hace muchos instantes, pero el fuego puede acabar con esta historia en cualquier otro momento.

Desde siempre, andamos de la ceca a la meca, no sé si esa es la buena dirección, pero ya vamos, ya vamos.

Y seducimos al pasar. Y somos seducidos, vaya que sí.

Sembramos y labramos y todo lo demás que es largo de contar pero para acabar con todo hay que asegurar la silla sobre sus cuatro esquinitas.

Los puntales de la vida...

Ahí es nada.

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