Decidme
sin miedo qué digo.
El
invierno avanza, sin prisa, acarreando todos sus fondos de armario y
dando coletazos de cuando en cuando. Hoy, por ejemplo, nieva. Según
la AEMET este invierno iba a ser mucho más cálido de lo habitual.
No
lo recuerdo por meter el dedo en el ojo, sino por no dar tortas sin
pan (o como se diga).
En
fin, tenemos invierno, y aposentándose con mayor o menor gracia
según el gusto del consumidor, llevamos ya más de dos meses de
tiempo relativamente frío.
Al
menos en mi particular microclima del centro del Centro de la ciudad,
villa y recorte de Madrid.
Desde
mi cuasi kilómetro cero de las desbandadas y correprisas de la
estación que nos ocupa, sigo incardinado, que no amedrentado, en las
nuevas, buenas y malas, que por los medios habituales se van
sucediendo.
Llegamos
a atisbar los últimos bastiones -esperémoslo- del duro invierno y
ya se olisquea la primavera que a nada llegará.
Sabemos
de muchos años idos y recogidos en algunas memorias, que no en la
mía, o sólo muy parcialmente. Serán llevados en andas y parihuelas
desde una colindante estación a otra.
Llegar
a ver la verdadera vida del español aburrido medio es, muchas veces,
como asomarse a las ventanas de estos inviernos un sí es, no es, que
arrastramos desde hace bastantes años.
Porque,
¿qué es sino tedio escarchado y vuelto a re-congelar, el medio
vital y vitalicio del tal españolito? (Descongelándose pero siempre
antes de...vuelta a empezar).
Recurramos
al sínodo de amas de casa que siempre tenemos a mano y avancemos que
la vida es, muchas veces, un sinvivir. (Y no le des más vueltas).
A
la hora del té llega, sin remedio, el tedio. Y con el tedioso
sinsorgo o sinsorga de turno acabamos de nuevo la velada.
Yo
no. (Aclaro como quien no quiere la cosa).
Pero
vosotros, sí. Más de uno y de una, en todo caso.
Y
para ese o esa unitarista celebrante de alguna Iglesia que en la vida
fuese, es para quienes escribo esto.
Que
no sé aún a cuento de qué va estabulándose por los rebaños de mi
quehacer cotidiano de estas horas, pero que ir, va.
A
la misma hora, sin embargo, desembarcaba en las orillas del mar de la
felicidad un barco cargado de...ilusiones, y desilusiones también
(en la sentina).
Porque
es ley de vida que a todo tedio le corresponde su san martín, digo,
su correspondiente complemento vital.
Sí,
amigos y amigas, es la hora de desvelar que la vida es siempre una
dupla, una duplicidad y un duplicado.
La
dupla es sencillamente, tedio y felicidad, por ejemplo. La duplicidad
es encontrarse arrellanado en una butaca y creer que se está
aposentado en otra (la del tedio y la de la felicidad,
respectivamente). Y el duplicado es de la llave que nos permite abrir
estas intenciones de volver a vivir, siempre.
Porque
vivir, se vive siempre, a riesgo de caer muerto en este instante.
Sabedores de tanta sapiencia, consultan las tablas de mareas antes de
levar anclas.
En
el mar de la Sensibilidad.
La
música es una de las claves de tal sensibilidad. Y de marca mayor es
su impronta en las meninges avisadas.
Para
que no se corte el flujo de avispados pensamientos que acompañan a
nuestro devenir en este mar.
Las
sensaciones y sentimientos y pentimentos y artimañas del reenganche
en uno mismo son agotadoras y fervorosamente complacientes con el
avatar de cada quisque.
Amemos
y seamos amados.
Como
siempre, se dice poco de lo que hay que decir. Y eso basta y nihil
obstat.
Los
andurriales de este establo están secos y yermos desde hace muchos
instantes, pero el fuego puede acabar con esta historia en cualquier
otro momento.
Desde
siempre, andamos de la ceca a la meca, no sé si esa es la buena
dirección, pero ya vamos, ya vamos.
Y
seducimos al pasar. Y somos seducidos, vaya que sí.
Sembramos
y labramos y todo lo demás que es largo de contar pero para acabar
con todo hay que asegurar la silla sobre sus cuatro esquinitas.
Los
puntales de la vida...
Ahí
es nada.
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