El reloj siempre marcará la hora, perspicaz, como la brújula imantada
señala al norte. Y siempre serán las doce a las doce y la una dentro de
una hora y sucesivamente. Lo que plantean los relojes es el síndrome del
desgaste del tiempo, pues el tiempo vuelve a comenzar irremisiblemente
cada veinticuatro horas, pero, ay, algo mellado. Y con el polvillo del
tiempo desgastado, que tiene cualidades mágicas, empieza una vida, y
también termina. Hora nona, ¿por qué nos abandonas?
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