lunes, 31 de julio de 2017

Quien abre una novela, una buena novela, obtiene el mapa, contemplado a vista de pájaro, de algún territorio material o psicológico o sociológico. En el siglo XIX, época del narrador omnisciente, era el autor quien observaba desde las alturas de su cielo literario. En el siglo XX, el autor, cómodamente aposentado en tierra, se encuentra en estado de trance o de hipnosis y hace sucesivos viajes astrales y tiene luego que recomponer todo ese material medio delirante, véase Joyce o Faulkner. (Del siglo XXI hablaremos cuando habitemos en el siglo XXI y no en uno de los arrabales del XX).

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