Réquiem
por el hombre-masa
La
civilización consiste en que lo de antes sea exactamente igual a lo
de ahora, menos la tasa de variación debida al caos.
La
estabilidad es un valor, mejor dicho una característica o
subproducto que aparece en los sistemas democráticos e igualitarios.
Porque
no hay estabilidad, intrínseca, en una dictadura o un sistema que
genera profundas desigualdades, sin mecanismos correctores.
La
irrupción de la libertad, es, en los casos anteriores, profundamente
desestabilizadora. No así en los sistemas democráticos reales.
En
estos últimos, se puede aplicar el aserto de Spinoza, y la libertad
surge desde la seguridad de que la piedra que cae cuesta abajo, cree
que rueda libremente.
Esto
no es una forma de cinismo, sino la descripción de que la libertad,
en estos sistemas, es intrínseca y consustancial a ellos.
Así,
en democracias igualitarias, la libertad no puede ser
desestabilizadora. Entiendo por desestabilizadora, la fuerza que
destruye el sistema para reemplazarlo por otro.
En
democracias igualitarias se impone el reformismo más o menos
pragmático. Ello es así, porque la soberanía popular está
fragmentada en poderes tan microscópicos cuanto individuos contenga.
Nadie
puede arrogarse el poder del pueblo, ni siquiera el pueblo mismo.
Esto es, hay individuos que luchan por sus vidas, por tener una vida
mejor, pero que en ningún momento coagulan para dar la voluntad
popular.
Los
representantes del pueblo son sólo eso, representantes. Y puede
haber movimientos políticos que intenten remedar a los movimientos
de masas de los años 30, pero no pueden movilizar en acto más que a
porciones reducidas del pueblo.
Porque
la red que liga a los individuos como a insectos sociales en una
colmena, une uno a uno, pero no a uno con todos más que vicariamente
y de forma metafórica.
Podemos
mencionar a las redes sociales como ejemplo. De este modo cada
individuo sabe en todo momento cual es el estado de la colmena,
grosso modo, con lo que las representaciones del hombre-masa que se
dieron en el pasado son actualmente imposibles.
Entonces,
en el pasado, las grandes marchas y reuniones monstruo podían
influir en el ánimo de cada cual haciéndole bascular en su
pensamiento político del lado de los grandes títeres, al intuir que
era toda la sociedad la que tenían detrás.
No
así hoy día, cuando la información del estado real de la colmena
fluye entre todos los individuos de ella.
Son
millones de esferas informativas sin centro las que ciernen a la
colmena y la definen como lo que es. La reunión de individuos sin
centro y sin culmen.
El
pueblo es así, en las sociedades democráticas con tendencia a la
igualdad, pragmáticamente inexistente.
De
ahí que no haya efectivamente, lucha de clases. Y de ahí la
tentación de las élites de asumir todo el poder, o más
modestamente, de achicar espacios cada vez mayores en los que su
presencia sea determinante.
El
gran desafío de nuestras sociedades, es pues, articular un cuerpo
social, formalmente un gigante, pero de hecho conformado por millones
de pequeños individuos que no tienen anhelo unitario, ni
ciertamente, visión global.
Por
ahora, seguiremos vistiéndonos con los ropajes de la democracia
representativa clásica, pero en algún momento habrá que encontrar
nuevo sastre.
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