domingo, 10 de junio de 2018







Réquiem por el hombre-masa

La civilización consiste en que lo de antes sea exactamente igual a lo de ahora, menos la tasa de variación debida al caos.

La estabilidad es un valor, mejor dicho una característica o subproducto que aparece en los sistemas democráticos e igualitarios.

Porque no hay estabilidad, intrínseca, en una dictadura o un sistema que genera profundas desigualdades, sin mecanismos correctores.

La irrupción de la libertad, es, en los casos anteriores, profundamente desestabilizadora. No así en los sistemas democráticos reales.

En estos últimos, se puede aplicar el aserto de Spinoza, y la libertad surge desde la seguridad de que la piedra que cae cuesta abajo, cree que rueda libremente.

Esto no es una forma de cinismo, sino la descripción de que la libertad, en estos sistemas, es intrínseca y consustancial a ellos.

Así, en democracias igualitarias, la libertad no puede ser desestabilizadora. Entiendo por desestabilizadora, la fuerza que destruye el sistema para reemplazarlo por otro.

En democracias igualitarias se impone el reformismo más o menos pragmático. Ello es así, porque la soberanía popular está fragmentada en poderes tan microscópicos cuanto individuos contenga.

Nadie puede arrogarse el poder del pueblo, ni siquiera el pueblo mismo. Esto es, hay individuos que luchan por sus vidas, por tener una vida mejor, pero que en ningún momento coagulan para dar la voluntad popular.

Los representantes del pueblo son sólo eso, representantes. Y puede haber movimientos políticos que intenten remedar a los movimientos de masas de los años 30, pero no pueden movilizar en acto más que a porciones reducidas del pueblo.

Porque la red que liga a los individuos como a insectos sociales en una colmena, une uno a uno, pero no a uno con todos más que vicariamente y de forma metafórica.

Podemos mencionar a las redes sociales como ejemplo. De este modo cada individuo sabe en todo momento cual es el estado de la colmena, grosso modo, con lo que las representaciones del hombre-masa que se dieron en el pasado son actualmente imposibles.

Entonces, en el pasado, las grandes marchas y reuniones monstruo podían influir en el ánimo de cada cual haciéndole bascular en su pensamiento político del lado de los grandes títeres, al intuir que era toda la sociedad la que tenían detrás.

No así hoy día, cuando la información del estado real de la colmena fluye entre todos los individuos de ella.

Son millones de esferas informativas sin centro las que ciernen a la colmena y la definen como lo que es. La reunión de individuos sin centro y sin culmen.
El pueblo es así, en las sociedades democráticas con tendencia a la igualdad, pragmáticamente inexistente.

De ahí que no haya efectivamente, lucha de clases. Y de ahí la tentación de las élites de asumir todo el poder, o más modestamente, de achicar espacios cada vez mayores en los que su presencia sea determinante.

El gran desafío de nuestras sociedades, es pues, articular un cuerpo social, formalmente un gigante, pero de hecho conformado por millones de pequeños individuos que no tienen anhelo unitario, ni ciertamente, visión global.

Por ahora, seguiremos vistiéndonos con los ropajes de la democracia representativa clásica, pero en algún momento habrá que encontrar nuevo sastre.

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