La
pareja, y las parejas
Durante
mucho tiempo, hemos intentado comportarnos como superhéroes a la
hora de amar. Un amor inmaculado, perfecto y sobrehumano.
Hora
es ya de que reduzcamos al amor a nivel humano. Seremos mucho más
felices y, sobre todo, menos enfermos.
Dos
lastres fundamentales a la hora de amar como seres humanos, y no como
semidioses, son el ansia de exclusividad del objeto amoroso y el
ansia de su perpetuidad.
En
efecto, la idea de que nuestros amados deben serlo únicamente por
nosotros y ellos deben amarnos exclusivamente a nosotros, es fuente
de conflictos, ansiedad y estrés.
Es
una idea descabellada, pues, a menos de encerrarnos en una burbuja
afectiva, medio autista y generosamente regada de egoísmos mutuos,
el afecto, como bien circulante, corre entre ambos dos y supera y
rebasa el ámbito de nosotros dos.
Sería
conveniente plantearse una situación ideal, un experimento mental.
Sin ataduras mutuas, sin hijos, sin bienes, sin hipotecas. Pensemos
en ello por un momento.
¿No
surge naturalmente como un chorro de agua clara, la corriente del
afecto y se bifurca y se divide y se transmuta en múltiples
combinaciones?
Seamos
sinceros y observemos a las parejas homosexuales que cumplen estos
requisitos. ¿No hay acaso una danza de afectos que salta de aquí a
allá en ataduras lábiles y que se superponen unas a otras?
Este
caso límite del decurso amoroso nos hace comprender cuán lastrados
por convenciones y normas absurdas seguimos estando a la hora de
forjar nuestros vínculos amorosos.
Y
esta es la realidad homosexual entre nosotros. Pongo un ejemplo. Una
pareja de cincuentones que llevan juntos desde sus veinte y que en
este momento viven separados por una calle de por medio, cada uno con
una segunda pareja de jóvenes a los que cuidan.
Se
mantienen las formas y los hábitos heredados, en gran medida. Los
cuatro conviven día a día, trabajan juntos en el mismo negocio y,
como es natural, los dos jóvenes se chancean alegremente, un
poquito, de los dos mayores.
¿Esto
no es sano, alegre y natural?
Quizá
sin alcanzar este punto de desinhibición, situaciones similares
ocurren con muchas parejas heterosexuales mayores, que ya han
emancipado a sus hijos -y pagado la hipoteca-.
Amantes,
segundos y terceros matrimonios, hijos e hijas de unos y de otros, se
amontonan en gozosa turbamulta los fines de semana. Sin que estalle
ninguna guerra civil ni se hundan las sacrosantas estructuras básicas
de la sociedad.
Soy
mero cronista de ecos de sociedad, no invento ni fabulo nada. Así
somos.
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