domingo, 29 de julio de 2018







La pareja, y las parejas

Durante mucho tiempo, hemos intentado comportarnos como superhéroes a la hora de amar. Un amor inmaculado, perfecto y sobrehumano.

Hora es ya de que reduzcamos al amor a nivel humano. Seremos mucho más felices y, sobre todo, menos enfermos.

Dos lastres fundamentales a la hora de amar como seres humanos, y no como semidioses, son el ansia de exclusividad del objeto amoroso y el ansia de su perpetuidad.

En efecto, la idea de que nuestros amados deben serlo únicamente por nosotros y ellos deben amarnos exclusivamente a nosotros, es fuente de conflictos, ansiedad y estrés.

Es una idea descabellada, pues, a menos de encerrarnos en una burbuja afectiva, medio autista y generosamente regada de egoísmos mutuos, el afecto, como bien circulante, corre entre ambos dos y supera y rebasa el ámbito de nosotros dos.

Sería conveniente plantearse una situación ideal, un experimento mental. Sin ataduras mutuas, sin hijos, sin bienes, sin hipotecas. Pensemos en ello por un momento.

¿No surge naturalmente como un chorro de agua clara, la corriente del afecto y se bifurca y se divide y se transmuta en múltiples combinaciones?

Seamos sinceros y observemos a las parejas homosexuales que cumplen estos requisitos. ¿No hay acaso una danza de afectos que salta de aquí a allá en ataduras lábiles y que se superponen unas a otras?

Este caso límite del decurso amoroso nos hace comprender cuán lastrados por convenciones y normas absurdas seguimos estando a la hora de forjar nuestros vínculos amorosos.

Y esta es la realidad homosexual entre nosotros. Pongo un ejemplo. Una pareja de cincuentones que llevan juntos desde sus veinte y que en este momento viven separados por una calle de por medio, cada uno con una segunda pareja de jóvenes a los que cuidan.

Se mantienen las formas y los hábitos heredados, en gran medida. Los cuatro conviven día a día, trabajan juntos en el mismo negocio y, como es natural, los dos jóvenes se chancean alegremente, un poquito, de los dos mayores.

¿Esto no es sano, alegre y natural?

Quizá sin alcanzar este punto de desinhibición, situaciones similares ocurren con muchas parejas heterosexuales mayores, que ya han emancipado a sus hijos -y pagado la hipoteca-.

Amantes, segundos y terceros matrimonios, hijos e hijas de unos y de otros, se amontonan en gozosa turbamulta los fines de semana. Sin que estalle ninguna guerra civil ni se hundan las sacrosantas estructuras básicas de la sociedad.

Soy mero cronista de ecos de sociedad, no invento ni fabulo nada. Así somos.

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