domingo, 22 de julio de 2018







La rueda

¿Qué podemos decir de la felicidad? ¿Y de la infelicidad? Probablemente hablaríamos con más conocimiento de causa de la segunda que de la primera.

La forma de ser infelices, es receta tan conocida que obviaré aquí desmenuzarla. Consiste ante todo en sentirse insatisfechos con lo que se tiene, lo que oculta muchas veces una gran insatisfacción con lo que se es.

En efecto, andamos anclados en la posesión de bienes y recursos materiales que, en las sociedades occidentales, no dejan de estar a nuestro alcance en gran medida.

Son considerados insuficientes por lo visto por muchos para colmar la brecha que separaría su infelicidad personal de su felicidad.

Tenemos a nuestro alcance y sin alargar demasiado la mano, agua, comida suficiente y muchas veces abundante, cobijo y distracciones varias.

También, si es necesario, podemos incluir el acceso a la cultura y a la perfección de nuestras mentes.

Pero esto último, no deja de ser en la mayor parte de los casos un requerimiento no solicitado por la mayoría de las personas.

En gran parte de los casos, y por supuesto, en todos aquellos que se consideran infelices, lo que tenemos no basta, se dice, se necesita más, se envidia el yate del rico o sus vacaciones en Samoa.

Entre paréntesis, cuando el turismo de masas alcance a los últimos reductos de ricos y famosos, es de esperar que no sea por efecto de alguna revolución que haya abolido las élites económicas, sino porque se haya descubierto otro sistema inalcanzable para las clases medias, como los viajes espaciales o la inducción de paraísos artificiales en estado de animación suspendida.

Esto es indiscutible, para las clases medias occidentales, los ricos siempre nos llevan la delantera.

Se plantea una carrera de lo placentero, o al menos, se ha establecido así en los últimos cien años, por lo menos.

Carrera que se parece mucho a un correr sobre una cinta rodante, es decir, sin moverse del sitio.

Si las distancias relativas se mantienen, ¿habremos ganado algo con los cambios en términos absolutos?

Digámoslo claramente. Esta es una carrera que no se puede ganar, porque una de sus reglas básicas es precisamente esta.

La sociedad en su conjunto ha asumido la definición de lo que sea la felicidad individual, y en consecuencia, la infelicidad.

Este es un movimiento que se inicia con los pensadores ingleses del XVIII. Y que tiene un hito fundamental en el derecho a la búsqueda de la felicidad, plasmado en la Constitución americana.

Actualmente, estamos dispuestos a dejar en manos de la sociedad, sea lo que sea lo que entendamos por este término, la definición de nuestra felicidad.

Eso hace que, como conviene a una sociedad de consumo de masas, la felicidad se posponga siempre ad calendas graecas.

Porque es bien patente que si la felicidad fuese un producto de consumo masivo, la rueda del consumo se detendría, o al menos no giraría bien engrasada vertiginosamente, como ahora ocurre.

Por contra la infelicidad sí es un producto de consumo masivo porque precisamente es el acicate mayor para la rueda de la fortuna de cada quien y de cada sociedad a escala mundial.

Pero si dejamos a una instancia superior el logro básico de definir nuestras aspiraciones y nuestras consiguientes frustraciones, descentramos de nuestro ser la definición misma de lo que somos.

Y, por tanto, pasamos a estar sempiternamente insatisfechos con lo que somos.

La paradoja de la prescripción de la felicidad es que esta no puede venir de lo exterior.

Y nos hemos convertido en exterioridad aún en nuestros niveles más internos del ser, gracias a esta prescripción ilustrada.

Luego, sólo podemos ser infelices, o no lo suficientemente felices, lo que en nuestros tiempos, viene a ser lo mismo.

Porque aspiramos a consumir la felicidad, lo que, como hemos visto antes, es incompatible con el estado de la sociedad actual.

Consejo: si aspiras a la felicidad, no fundamentes tus valores básicos en el no-contentamiento. Dedícate a roturar tu parcela de modo que tu ser se expanda hasta los límites de tus posesiones materiales y bienes inmateriales como el amor o la compasión.

Y sólo hasta ahí.

Este consejo no convertirá a nadie en un revolucionario, ni siquiera en un anti-sistema per se, sino en una persona más sana y adaptada a su nicho ecológico y social. Es probable que, de poder seguirse este consejo, la rueda del consumo aminoraría su velocidad de crucero, sí, pero no se detendría necesariamente.

Y salvaríamos los muebles y el bienestar propio.



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