La
conciencia de la lucha
En
los días que vivimos, tal parece como si la libertad democrática
fuera considerada como un salvoconducto para establecer una relación
entre iguales que se reconocen el derecho a atacarse sin piedad,
aunque con la ilusión inconfesa de no sobrepasar el límite de la
destrucción de su mutua igualdad.
Esa
ilusión vana del sumo igualitarismo es la que conlleva la pérdida
real de la libertad.
La
forma que tiene la igualdad es la de la cara y la piel de cada cual,
extrapolada a millones de copias en un estándar universal.
Porque
es de la máscara contra la máscara, la auténtica lucha sin piedad
que se establece.
Y
ese azuzarse contra viento y marea y en proporciones pírricas,
implica la falsedad de la violencia, el juego con la violencia que es
peligroso, por cuanto la banaliza y la vuelve aparentemente
intrascendente.
Es
como si jugásemos a debatir mediante polichinelas de trapo nuestras
diferencias y a machacar a los contrarios hundiendo el palo en el
mullido trapo ajeno.
No
sirve la conciencia del otro, pues sería una conciencia de relleno
de paja, para atenuar los estragos de la lucha.
Tampoco
se pretende que cese en algún momento el combate. Pues jugamos a
combatir, no es cierto?
Y
no, no lo es.
El
juego tiene lugar en los centros de decisión sociales y de poder
auténticos, limpios de polvo y paja. Que los contendientes aparenten
ocultarse tras muñecos da lo mismo.
El
combate tiene lugar y hay siempre damnificados.
Si
no se llega a sobrepasar el límite de la destrucción de la mutua
igualdad, no es porque no se intente, sino porque está en la lógica
de la situación.
Que
no es otra que la de la pérdida de la libertad. Ese es el contexto
auténtico de la lucha.
Somos
contendientes cautivos de nuestra propia ilusión de igualdad. Y ese
cautiverio nos pasa factura.
Aparentemente,
sirve para limitar los desperfectos de la contienda, pues, al no ser
libres -de jugar como realmente nos plazca-, estamos constreñidos a
hacer ver que jugamos, en cierta medida, a darle caña al muñeco.
Pero
flaco favor nos hacemos, si esa falta de libertad, instila una falsa
igualdad en la lucha.
A
veces arquemos las cejas, metafórica o realmente. Más nos valdría
hacer rechinar los dientes.
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