domingo, 2 de septiembre de 2018





 

La conciencia de la lucha

En los días que vivimos, tal parece como si la libertad democrática fuera considerada como un salvoconducto para establecer una relación entre iguales que se reconocen el derecho a atacarse sin piedad, aunque con la ilusión inconfesa de no sobrepasar el límite de la destrucción de su mutua igualdad.

Esa ilusión vana del sumo igualitarismo es la que conlleva la pérdida real de la libertad.

La forma que tiene la igualdad es la de la cara y la piel de cada cual, extrapolada a millones de copias en un estándar universal.

Porque es de la máscara contra la máscara, la auténtica lucha sin piedad que se establece.

Y ese azuzarse contra viento y marea y en proporciones pírricas, implica la falsedad de la violencia, el juego con la violencia que es peligroso, por cuanto la banaliza y la vuelve aparentemente intrascendente.

Es como si jugásemos a debatir mediante polichinelas de trapo nuestras diferencias y a machacar a los contrarios hundiendo el palo en el mullido trapo ajeno.

No sirve la conciencia del otro, pues sería una conciencia de relleno de paja, para atenuar los estragos de la lucha.

Tampoco se pretende que cese en algún momento el combate. Pues jugamos a combatir, no es cierto?

Y no, no lo es.

El juego tiene lugar en los centros de decisión sociales y de poder auténticos, limpios de polvo y paja. Que los contendientes aparenten ocultarse tras muñecos da lo mismo.

El combate tiene lugar y hay siempre damnificados.

Si no se llega a sobrepasar el límite de la destrucción de la mutua igualdad, no es porque no se intente, sino porque está en la lógica de la situación.

Que no es otra que la de la pérdida de la libertad. Ese es el contexto auténtico de la lucha.

Somos contendientes cautivos de nuestra propia ilusión de igualdad. Y ese cautiverio nos pasa factura.

Aparentemente, sirve para limitar los desperfectos de la contienda, pues, al no ser libres -de jugar como realmente nos plazca-, estamos constreñidos a hacer ver que jugamos, en cierta medida, a darle caña al muñeco.

Pero flaco favor nos hacemos, si esa falta de libertad, instila una falsa igualdad en la lucha.

A veces arquemos las cejas, metafórica o realmente. Más nos valdría hacer rechinar los dientes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario