jueves, 10 de enero de 2019

Cuando salí del hospital, traspasando las puertas de cristal automáticas, me sentí débil y desvalido. No en vano, habían sido cerca de catorce días en el paraíso tibio donde florecían las almas de invernadero. Fuera, hacía frío y era invierno. Lo peor de todo es que fuera, ¡no había ya salida! Y la vida, que entonces era monótona y muy aburrida, volvía por sus fueros. Hablo de hace más de diez años, ¡cómo he cambiado y cómo han cambiado las cosas! Pero, entonces...no llovía sobre la ciudad, sino sobre mi corazón.

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