jueves, 27 de febrero de 2020

Hace bastantes años hablé de los "caballos voladores", para aludir a los caballos salvajes, casi todos negros, que campaban en lo alto de una meseta asturiana. Eso fue con motivo del diario de una excursión senderista que no tuvo trascendencia pero sí reverberación en el tiempo, al modo de las ondas en un estanque al caer una piedra que remueve el limo del fondo. Hace relativamente pocos años que Yanko, el cocker de mi amigo Claudio, discurre por las calles de su barrio, desafiando a los perros con los que se cruza, si son del tamaño y el sexo adecuados. Como tiene buena memoria, recuerda por donde están los balcones en los que se alojan los que Claudio llama "perros voladores". Negro él, y fuego también, sabe con quién tiene que habérselas en sus correrías diarias. Estos dos míticos animales voladores que he mencionado seguramente no se incluirán en alguna edición del Libro de los seres imaginarios, de Borges que preparase María Kodama.

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