Los ritmos circadianos (de 24 horas) son lo suficientemente breves como para no mostrarnos la afrenta del tiempo y lo suficientemente amplios como para matar nuestros sueños (de hecho, lo hacen por lo menos una vez).
Son la modesta medida de lo posible en nuestras vidas y nos abrevian en mucho la muerte (pues un día es tiempo suficiente para vivir la vida).
Son los módulos o elementos más veraces con los que ir construyendo, paso a paso, nuestra vida.
Y son el horizonte de posibilidad de nuestra existencia. Somos luciérnagas que viven un día (con su noche).
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