lunes, 22 de julio de 2019

Regular las propias ideas del día a día, es amaestrar la imaginación mediante elementos reductores de la proliferación sin sentido. Cada nueva idea es producto de una destilación y una sublimación hasta que en la redoma mental nace la nueva criatura.
Pero las ideas auténticamente feraces nacen, crecen, se reproducen y mueren, a escala supraindividual. Pueden pasar milenios hasta que el proceso se consume. Una idea auténticamente novedosa da lugar a una religión en la que adopta el papel de Dios creador de un universo mental. Desde hace 2.500 años, por ejemplo, estamos dando vueltas a la idea del logos. Y no parece que haya llegado al final de su ciclo vital.

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